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De madre a madres
¡De repente el suelo desaparece! La vida ríe pero ya no es sobre ella, sino sobre ti. ¿Rokitansky qué??? Toma un tiempo procesar no solo ese nombre extraño sino, sobre todo, la información de que es posible que alguien nazca sin útero. ¿Cómo es posible, sin vagina también? ¡Pero está ahí! ¡Dios mío! El corazón se acelera, la boca se seca, sientes que vas a desmayarte, pero ahora no puedes. ¡Cálmate! ¡Respira! ¡Ella te necesita! ...
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De madre a madres
¡De repente el suelo desaparece! La vida ríe pero ya no es sobre ella, sino sobre ti. ¿Rokitansky qué??? Toma un tiempo procesar no solo ese nombre extraño sino, sobre todo, la información de que es posible que alguien nazca sin útero. ¿Cómo es posible, sin vagina también? ¡Pero está ahí! ¡Dios mío! El corazón se acelera, la boca se seca, sientes que vas a desmayarte, pero ahora no puedes. ¡Cálmate! ¡Respira! ¡Ella te necesita! Durante mucho tiempo repetí esto en silencio para recomponerme de las muchas crisis de llanto. Me sentía como si me hubieran metido en una bolsa y me estuvieran golpeando de un lado a otro, desgarrándome hasta casi desintegrarme. Era como si esa ola gigante del tsunami me hubiera golpeado de frente y me dejara allí tirada, sin fuerzas, cubierta de barro. Dolía tanto que a veces me sentía culpable por estar sufriendo de esa manera. Cuántas veces sentí vergüenza de mi fragilidad, mientras mi hija, mucho más joven y con muchos menos recursos, parecía estar lidiando con todo eso con mucha más dignidad y fuerza que yo. Imagino que el impacto de este diagnóstico se absorbe de una manera única para nosotras, las madres. Supongo que se debe a nuestra naturaleza maternal de proteger a nuestras crías. Es casi automático que creemos los escenarios más terribles para anticipar posibles peligros, angustias y sufrimientos en un intento insano e inútil de evitar que realmente ocurran. Cuando nos enfrentamos a algo tan inimaginable como este síndrome, descubrimos en la práctica, frotándonos la cara en el asfalto, que no sabemos ni controlamos absolutamente nada. Lo curioso es que justo en este momento nace, aún como semilla, nuestra gran
oportunidad de aprender a ser felices con todas las innumerables y profundas posibilidades de esa palabra. La llamo semilla porque necesita tiempo. Hay muchas etapas y cada una tiene su propio ritmo y desafío. Al principio, cuanto más te esfuerzas por obtener información, más miedos y preguntas surgen. Y casi siempre nos aterrorizan por la posibilidad de las respuestas. Es casi como un juego de dominó. ¿Podrá tener hijos? ¿Podrá tener una vida sexual normal? ¿Sufrirá depresión? ¿Querrá quitarse la vida? ¿Caerá en las drogas? ¿En el alcohol? ¿Sufrirá discriminación? ¿Quién cuidará de ella cuando sea mayor? La mente de una madre es ansiosa y creativa, no siempre en la mejor dirección. Por eso, cuando una nueva pregunta te atormente, recuerda: ¡No controlamos nada! Aprende a "navegar". Cuando el mar sea un tsunami, acoge tu dolor, ponlo en tu regazo y permítete sentirlo. Tienes ese derecho. La tristeza es necesaria para honrar nuestra alegría. Cuando el mar esté agitado, enfrenta los desafíos a medida que surjan, con todos los aprendizajes y logros que traen. Y cuando el mar esté en calma, no tengas prisa, disfruta y báñate en él durante mucho tiempo. Y siempre, en cualquier situación, vive un día a la vez. Por último, durante mi viaje como madre de una hija maravillosa, estaba escrito en uno de los capítulos: Rokitansky. Imaginé muchas cosas, pero no que ambas estaríamos tan bien y que el síndrome sería uno de los muchos eventos significativos de nuestra historia, la mía y la suya. No olvido la frase de una de las profesionales maravillosas que nos ayudaron en este proceso. Es con ella que termino y repito para tu corazón de madre: "¡Cálmate! Puede que no sea tan malo como parece
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